Las tuyas, las mías & las nuestras (versión plantas).
Desde que tengo memoria hay plantas en mi casa. Y mi casa no es un caso aislado; podría decir que crecí en casas con plantas. Todas mis tías y mi abuelita tienen plantas en sus hogares, incluso comparten “piecitos” y uno que otro tip para que sus plantas crezcan más y mejor. Me parece que durante mi infancia no me di cuenta de que crecí con plantas, pero ahora en mi vida adulta es algo que agradezco y me gustaría implementar en mi vida en Yucatán.
Hace muchos años (honestamente no sé hace cuántos) le pedí a mi mamá que me regalara un “piecito” de una de sus plantas. Sé que hay un nombre técnico / científico para referirse a “piecito”, pero no lo recuerdo y me gusta más decir “piecito”. Mi mamá se ha encargado de que su hogar sea una selva, tanto por fuera como por dentro. Hay plantas en todos los rincones: la cocina, las escaleras, la sala, los pasillos interiores y exteriores, los dos jardines. Claro que ella aceptó regalarme una plantita. Compré una maceta pequeña y mi mamá me dio instrucciones de cómo plantarla y cuidarla. Alguna foto de esa planta debe estar perdida en mi celular; yo estaba muy orgullosa de mi primera planta.
Posteriormente, mi mamá me preguntó si quería más plantas, le dije que sí. Me dio un par más. Las planté y las cuidé con mucho amor, aunque no logré que muchas sobrevivieran. ¿Qué les habrá pasado? ¿No les gustó mi habitación? ¿Yo no les caí bien? ¿No las cuidé como debía? ¿No les gustó su maceta? ¿No les cayó bien otra de mis plantas? Ay, nunca lo sabré. Mi mamá siempre busca una solución si es que una de sus hijas está decayendo: las cambia de lugar, las saca al jardín para que les de el sol o las pone en la sombrita. Sin embargo, si hace todo lo posible y la planta no coopera, mi mamá no se aferra. Sabe que hizo todo lo posible por mantenerla viva. Alguna vez yo saqué al sol una de mi plantas (la mayoría están en mi cuarto) y la dejé ahí un tiempo, mi mamá se dio cuenta que su raíz ya estaba seca y la tiró, pero no me avisó. Busqué mi planta, ella me contó lo que hizo y ¡lloré! ¡Le lloré a mi planta! Lejos de lo que pasó, me sorprendí a mi misma por haberle llorado a una planta. Soy consciente de que mi mamá no lo hizo con mala intención, pero la selva que he construido en mi habitación ha sido desde el amor y el cuidado. No había solución para salvar a mi planta, de verdad intenté de todo para mantenerla viva.
A lo largo de muchos años, desde mi primera planta, he tenido muchísimas más y he aprendido de ellas y con ellas. Mi mamá me sigue guiando, pero creo que mis plantas y yo nos escuchamos y nos entendemos. Mi mamá alguna vez me dijo que les tengo que hablar a todas mis hijas, darles los buenos días o saludarlas. Sinceramente les hablo muy ocasionalmente. Hasta mi vida adulta, ahora que ya no vivo en casa de mis papás, lejos de mis plantas, caigo en cuenta de la conexión que tengo con ellas. Todas las veces que he estado fuera de casa de mis papás, mi mamá es la responsable de cuidar a mis hijas. A mi regreso, ella me cuenta que un par se murió pero que me plantó otras más. Llego a cuidar a mis plantas viejitas y a conocer a unas nuevas. Mi mamá trata a todas las plantas de su casa con mucho cariño pero mis plantas son MIS plantas. Mis plantas solo florecen cuando yo estoy con ellas, compartiendo la misma habitación. Les gusta que les hagan compañía, y aunque solo me es posible acompañarlas un par de meses al año, estoy segura de que me sienten ahí.
Mi mamá -sin querer queriendo- construyó una selva en casa para que yo no me sintiera tan ajena viviendo en una, llamada Yucatán.
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